Por Exequiel Sanhueza Yáñez*

Nuestro sol, el Sol Invictus para los romanos o el Ra para los egipcios, es una estrella enana amarilla dentro del inmenso universo de estrellas y por fortuna aún tiene la capacidad suficiente para darnos calor y vida; el calor necesario y vital para nuestra subsistencia.

No obstante, para la aviación comercial que vuela aeronaves de alto rendimiento a grandes altitudes, para sus pasajeros y para sus tripulantes, nuestro Sol constituye una enorme preocupación.  Esto ha llevado a los científicos a desarrollar un área de la meteorología denominada Clima Espacial, que tiene como propósito estudiar, en tiempo real, el comportamiento del viento solar o el desprendimiento de parte de la corona solar y su impacto en la magnetósfera, esta imprescindible parte de la atmosfera terrestre que nos protege diariamente de la radiación solar y de los rayos cósmicos provenientes del espacio interestelar.

El impacto del Sol en nuestra magnetósfera suele generar tormentas geomagnéticas que, a veces, pueden llegar a generar daños en la infraestructura terrestre, interferencia en las necesarias y fundamentales comunicaciones aeronáuticas, errores en los sistemas de posicionamiento global (GPS), problemas en la salud de los pasajeros y en los tripulantes. Cuando esto ocurre, los vuelos polares y sub polares deben ser desviados hacia latitudes más bajas, generando enormes pérdidas a los operadores aéreos. A lo anterior, hay que adicionar la Anomalía del Atlántico Sur, lugar donde la intensidad de la radiación solar es más alta que en otras regiones del globo, debido al debilitamiento del campo magnético, en una vasta región, que abarca desde África del Sur hasta el norte de Argentina y de allí hacia el norte.

Como corolario, son estas tormentas geomagnéticas las que generan las hermosas auroras boreales o australes, tan visitadas por los turistas, sobre todo los del hemisferio norte.

He venido sosteniendo, durante mucho tiempo, una preocupación especial sobre este tema que afecta la salud de los pasajeros y tripulantes, sin ignorar la inquietud y el estudio de algunas agencias gubernamentales de aviación, de la OACI, de la NASA, de algunas Asociaciones de Pilotos y Tripulantes de Cabina de Pasajeros y de organizaciones médicas que, desde hace décadas, han estado escribiendo sobre las enfermedades de tripulantes expuestos a la permanente radiación.

La máxima autoridad aeronáutica de EEUU, la FAA, en su AC 120-42B, regula las operaciones polares y sub polares. Tal documento, en uno de sus acápites expresa: «El titular del certificado debe proporcionar un plan para mitigar la exposición de la tripulación, a los efectos de la actividad de las erupciones solares, en las altitudes y latitudes esperadas en tales operaciones». Del mismo modo, se señala que: «Por consideraciones de despacho y miembros de la tripulación durante la actividad de erupción solar, el titular del certificado debe conocer el contenido de AC 120-52, Exposición a la radiación de los miembros de la tripulación del titular del certificado y proporcionar capacitación a los miembros de la tripulación, como se establece en el AC 120-61».

Recuerdo que el año 1986, un grupo de científicos de la Comisión Chilena de Energía Nuclear, midió la radiación solar a bordo de aviones de Lan Chile, en las rutas Punta Arenas, Isla de Pascua y hacia el  Pacifico Sur.

Sin embargo, debo manifestar mi enorme desazón, al ver que no se han tomado acciones concretas sobre esta delicada materia, sobre todo porque las tripulaciones han estado y seguirán volando, rutinariamente, a grandes altitudes en vuelos prolongados, expuestas permanentemente a alta radiación solar y cósmica.

Todo esto transcurre cuando la OMS, ha señalado que: «El daño que puede causar la radiación en órganos y tejidos depende de la dosis recibida, o dosis absorbida, depende también del tipo de radiación y de la sensibilidad de órganos y tejidos«. También la NASA ha señalado que «la radiación cósmica rompe el ADN y produce radicales libres, que pueden alterar las funciones celulares«.

La actividad solar tiene sus máximos y mínimos, cada once años. Este año estamos en presencia de un ciclo solar de máxima intensidad. Sin embargo, en los períodos de mínima intensidad de radiación solar, que nos deberían favorecer, se permite el ingreso a nuestra atmosfera terrestre de rayos cósmicos de alta energía, provenientes del espacio exterior y, en particular, de una estrella muy masiva llamada Cygnus OB2, ubicada a 4.600 años luz de la tierra, según un reciente estudio de Universidad Tecnológica de Michigan en USA y del Instituto de Física Nuclear de la Academia Polaca de Ciencias, en Cracovia.

Spaceweather señalaba en enero de 2020: «La radiación parece estar aumentando en casi todas las altitudes, incluso en el rango de 25,000 pies a 40,000 pies, que es en el que suelen volar los aviones comerciales. Por lo tanto, las tripulaciones de vuelo y los pasajeros de vuelos polares, están absorbiendo aproximadamente 12% más radiación cósmica, que hace unos pocos años».

Es interesante señalar que se desarrolló un nuevo modelo predictivo de radiación de aviación llamado E-RAD-Empirical RADiation model.  Por ello, constantemente se está volando con sensores de radiación a bordo de aviones sobre los EEUU y alrededor del globo terrestre. Hasta ahora, se han recolectado más de 22,000 mediciones de radiación etiquetadas con GPS.  Según señala Spaceweather, «todos los días se monitorean aproximadamente 1400 vuelos que cruzan las 10 rutas continentales más transitadas de Estados Unidos.  Normalmente, esto incluye más de 80.000 pasajeros por día y E-RAD calcula la exposición a la radiación para cada vuelo».

Del mismo modo, es interesante señalar que la Superintendencia de Riesgos del Trabajo de la República Argentina, publicó las radiaciones cósmicas en la aviación comercial, incluyendo la radiación recibida por los pasajeros y tripulantes, tanto en vuelos largos como cortos. Dicha entidad sostienen además que «hay disponible en el mercado varios sistemas informáticos, capaces de calcular las dosis de exposición de los tripulantes. Algunos de ellos son EPCARD (Alemania), PCAIRE (Canadá), CARI (Estados Unidos) y SIEVERT (Francia)».

Asímismo, es muy interesante destacar el trabajo que se está haciendo en México donde «en colaboración con la Asociación Sindical de Pilotos Aviadores (ASPA), se está llevando a cabo un estudio para medir las dosis de radiación ionizante, recibidas por los miembros de la tripulación de aeronaves comerciales, utilizando dosímetros termoluminiscentes, según lo señalado en el XII Congreso Nacional Sobre Dosimetría de Estado Sólido»

Del mismo modo, desde diciembre de 2018 hasta febrero de 2019, Harvey Allen, del Centro de Recursos de Inicio de la Red de la Universidad de Oregón, llevó sensores de radiación tierra- aire, incluyendo cámaras de burbujas de neutrones, a bordo de vuelos comerciales desde América del Norte a Europa, África, América del Sur y Asia, completando un total de 83 horas de vuelo. El resultado fue que encontraron neutrones del espacio profundo en cada vuelo. Se señala además que «al menos un estudio muestra que la baja dosis de radiación recibida, durante un largo período de tiempo, puede aumentar ligeramente el riesgo de leucemia, mientras que se ha encontrado que los pilotos y los tripulantes de cabina de pasajeros, tienen un mayor riesgo de cáncer que la población general«. Esto viene a confirmar que las tripulaciones reciben, durante su trabajo, dosis de radiación ionizante superiores al límite recomendado por la Comisión Internacional de Protección Radiológica.

¿Pero entonces, cuál es la solución o las soluciones a este inquietante y preocupante problema ante tanta evidencia científica?

Puede haber varias alternativas de solución, sin embargo, me atrevo a señalar algunas de entre tantas otras. Una de ellas podría ser limitar las horas de vuelo mensuales, a aquellos tripulantes que vuelan sobre los 25.000 pies de altitud en vuelos prolongados. Otra sería eliminar las ventanillas de los pasajeros, lo que además significaría mejorar el rendimiento aerodinámico de las aeronaves y, en consecuencia, contribuir a la disminución de los gases de efecto invernadero. Otra alternativa de solución sería que la industria aeronáutica acelere la investigación y desarrollo de parabrisas para la cabina de vuelo y ventanas de pasajeros, que impidan el ingreso de la dañina radiación dentro del fuselaje del avión.

Mientras no haya una solución concreta a este problema, los rayos cósmicos seguirán penetrando en los aviones, dosificando a los pilotos, a los tripulantes de cabina de pasajeros y a los viajeros frecuentes, con dosis potencialmente significativas de radiación ionizante.

(*) Exequiel Sanhueza Yáñez, es un Piloto de Transporte de Línea Aérea retirado y actualmente se desempeña como Profesor del Instituto de Capacitación Aeronáutica (ICA), Córdoba, Argentina.